Detrás del humo y los espejos de la financiación climática

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Alcanzar la justicia climática y económica requiere reparaciones estructurales, contrarrestar las trampas de generación de deuda y una acción coordinada. Mientras la comunidad internacional trabaja para dejar atrás la conquista y el colonialismo, el Sur global sigue sometido a mecanismos neocoloniales. Mecanismos que agravan la crisis climática y la de la deuda. El primer paso para los titulares de la deuda climática es ser realistas al respecto, escribe Carola Mejía, de LATINDADD.

La gente rara vez cuestiona la deuda financiera del Sur global. Mientras que los esfuerzos compartidos para afrontar la deuda climática del Norte global rara vez van más allá de conversaciones de mesa redonda. Para que el statu quo cambie, el panorama de la financiación mundial para alcanzar la justicia climática tendrá que remodelarse a fondo. El nuevo informe de LATINDADD esboza varias alternativas prometedoras.

Lo que va vuelve

A pesar de su riqueza natural y cultural, la mayoría de los países del Sur no están en su mejor momento. Tienen que lidiar a diario con la pobreza, la desigualdad y la imposibilidad de obtener servicios sociales básicos. La pandemia y su desigual recuperación han mostrado aún más puntos débiles y han hecho aún mayor la brecha entre ricos y pobres dentro de los países y entre ellos.

Y la guerra de Rusia contra Ucrania agravó la pobreza alimentaria y energética, al tiempo que agudizó otras crisis. Estas cuestiones arrojan luz sobre un sistema en el que gran parte de la población mundial se enfrenta a sombrías perspectivas en un futuro turbulento. Esto sucede mientras seguimos financiando los combustibles fósiles, cuyas subvenciones multiplican por ocho la financiación para alcanzar la justicia climática.

En este mismo momento, los países de renta baja y media que han contribuido poco a la crisis climática sufren los peores impactos. El año pasado, Pakistán sufrió inundaciones que afectaron a 33 millones de personas, desplazaron a 8 millones y causaron pérdidas económicas por valor de 40.000 millones de dólares, mientras que India vivió olas de calor sin precedentes que perturbaron industrias enteras.

La historia va más allá del desplazamiento de cargas. La sequía que secó el río Yangtsé desestabilizó las cadenas mundiales de suministro de litio, un material esencial en la llamada “carrera hacia el cero”. Y los miles de migrantes desplazados por los tifones en Filipinas son otro recordatorio de la migración climática que afectará a millones de personas en las próximas décadas.

Seguir como hasta ahora con la financiación climática significa que algunas cosas mejorarán mientras se afianzan dependencias y no se resuelven las raíces de la crisis. Tarde o temprano, los resultados no dejarán indiferente a nadie.

Más dinero, la misma vieja historia

El auge del extractivismo y el consumo excesivo han impulsado la dependencia mundial de los combustibles fósiles en nombre del “crecimiento económico”. Sin embargo, este crecimiento ha traído consecuencias difíciles de valorar: grandes desigualdades, agotamiento de los recursos y una espiral de crisis. El sistema financiero internacional sigue echando leña al fuego. Ineficiente, antidemocrático e injusto, sirve a unos pocos, perpetuando la dependencia de otros. Los informes de Eurodad, CAN y Debt Justice destacan claros vínculos entre clima y crisis de deuda, y el reciente estudio de LATINDADD profundiza en esta relación.

Una consecuencia obvia del servicio de la deuda es la limitación del gasto nacional. En 2021, el servicio de la deuda en América Latina y el Caribe (ALC) representaba el 91 % del gasto social total. Ese mismo año, los países de renta más baja gastaron más de cinco veces más en el pago de la deuda externa que en la acción por el clima.

Una mayor deuda empuja a los países del Sur global a seguir invirtiendo en sectores extractivos para garantizar el pago del servicio de la deuda, sacrificando las prioridades sociales y los objetivos climáticos. Los mayores costes de endeudamiento también implican mayores riesgos financieros y una mayor vulnerabilidad a las perturbaciones económicas, climáticas y de otro tipo, al tiempo que limitan las capacidades económicas locales.

Además, la financiación pública internacional para alcanzar la justicia climática, en el marco del objetivo incumplido de 100.000 millones de dólares, está generando más deuda. En 2020, el 72 % de la financiación bilateral y multilateral para el clima se ha concedido a través de préstamos a los países del Sur global. Esto ha provocado un aumento del endeudamiento, con una mayor proporción de préstamos entre ALC (81 %) y Asia (88 %). Los costosos préstamos no concesionales también representan la mayor parte de la financiación para el clima concedida por los bancos multilaterales de desarrollo.

El círculo vicioso sin salida

El funcionamiento de la economía mundial y del sistema financiero alimenta todo tipo de divisiones, un hecho en gran medida ignorado en los audaces compromisos de financiación y en el diseño de los nuevos planes climáticos.

Muchos países de ALC y Asia que sufren acuciantes problemas de sostenibilidad son considerados entretanto “de renta media”, lo que limita su acceso a la financiación no reembolsable o en condiciones favorables, y a las iniciativas de tratamiento de la deuda.

Para los países que se enfrentan a trastornos económicos y climáticos, la financiación para apoyar la recuperación viene acompañada de más deuda, lo que reduce las oportunidades fiscales y las posibilidades de un futuro mejor. Los mecanismos financieros populares, como los bonos verdes, también suponen más deuda para el país.

La reciente subida de los tipos de interés destinada a contener la inflación ha provocado el encarecimiento de las deudas. La depreciación de la moneda local aumentó la carga de la deuda externa al socavar la balanza de pagos, ampliar la brecha fiscal y provocar más endeudamiento.

La deuda se convierte en una trampa en la que la única solución es más deuda. Este sistema viciado no puede arreglarse con más de lo mismo.

Reactivar la financiación internacional para alcanzar la justicia climática

La deuda climática es real: el Norte global debe reparaciones estructurales al Sur global por siglos de intercambio ecológicamente desigual. Ha llegado el momento de cambiar radicalmente la forma de abordar la financiación de la lucha contra el cambio climático. Afortunadamente, abundan las propuestas bien elaboradas.

Desde el alivio de la deuda hasta las cláusulas de moratoria y los canjes de deuda por clima, es hora de que se adopten a escala más mecanismos que tengan en cuenta la deuda climática. Necesitamos una financiación climática que no genere deuda, sino que desarrolle capacidades y evite nuevas dependencias. Esto es especialmente importante para la financiación de pérdidas y daños.

La resolución de la deuda en el marco de la ONU y una nueva emisión de Derechos Especiales de Giro (DEG) para ayudar a financiar los Objetivos de Desarrollo Sostenible son ejemplos de mecanismos que podrían aprovechar la experiencia disponible. Un buen uso de estas propuestas tendría que ir acompañado de una reforma justa e inclusiva de la arquitectura financiera internacional para alinearla con los derechos humanos universales y los objetivos de sostenibilidad compartidos.

Cuestiones estructurales como la pobreza, el hambre y la desigualdad son consecuencia de un sistema roto. Un sistema que prioriza el beneficio sobre la justicia y es miope a costa de nuestro futuro. Necesitamos un sistema que sirva a las personas y a la naturaleza a largo plazo.

Reestablecer la justicia no resolverá la creciente crisis de la noche a la mañana, pero nos hará avanzar en la dirección correcta. Como nuestro tiempo se agota rápidamente, es urgente poner la vida misma y las vidas de quienes más sufren, y no el beneficio, en el centro de nuestras decisiones.

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